Paula Carrillo
La incertidumbre apremia y el discurso de la cuarta transformación no cabe, no es momento de hablar de populismo, es momento de decirle a los mexicanos que país tenemos y hacia dónde vamos.
México va a pagar caro la soberbia del presidente Andrés Manuel López Obrador. Apuesta por proyectos que en tiempos de emergencias sanitaria no son prioritarios, no son rentables en el tiempo y es costoso para el erario.
Los compromisos de campaña son un “deber” y se tienen que cumplir, por demostrar que es un hombre de palabra y que cumple con sus promesas electorales. Los proyectos emblema ya no son tan prioritarios, (la construcción de la refinería y el nuevo aeropuerto de Santa Lucía, solo por mencionar algunos) si lo que el presidente quiere es tener la suma del poder y que la gran mayoría de mexicanos apoyen sus acciones, va por camino empedrado. Lo ideal será optar por estrategias que incentiven la inversión extranjera, el uso de energías renovables y no apostar en polarización que nos acerca a una crisis institucional.
Hablar sobre los proyectos de la refinería o la construcción del tren Maya (proyectos ambiciosos) en tiempos de crisis, es demostrar la negligencia de sus acciones, porque para la máxima autoridad “todo está bien”. Es momento que hable de la verdadera “apertura económica” y no me refiero al tema de los semáforos para que los estados se ajusten a la “nueva normalidad”, hablo del rescate de las industrias y empresas, en suma del empleo, sin dejar de lado a ninguna. Apostar por políticas fiscales reactivas, sobre todo a las pequeñas y medianas empresas, por mencionar solo una de tantas estrategias para amortiguar el golpe en la economía como lo es la crisis sanitaria del COVID-19.
Las grandes industrias necesitan de las pequeñas, las pequeñas de las grandes, la forma tan irresponsable de excluir a estos últimos de los apoyos, lo único que provoca es un desbalance en la economía. Es necesaria la implementación de una política económica y fiscal que no excluya a ningún sector. Los funcionarios públicos federales no atienden en particular soluciones /alternativas. No escuchar a los especialistas, no aceptar otros puntos de vista, solo detona la poco autocrítica a su gestión. Es más fácil continuar por un camino de malas decisiones, antes de asumir que lo que “prometía” no es rentable. El presidente AMLO conoce el costo político que ocasiona asumir sus errores, aunque eso no tenga nada que ver que el próximo año sean elecciones intermedias ¿o sí?
El congreso de la Unión no ha sido un verdadero contrapeso en esta administración, solo está subordinado a las decisiones del ejecutivo, queda demostrado que no representa a muchos mexicanos, que no toman la voz del pueblo en cuenta (generalmente han demostrado eso). No estar de acuerdo en las decisiones del ejecutivo es estar en contra de él, al menos en los últimos meses, hemos visto un impasse del poder legislativo que trabaja a destajo. No hay un verdadero contrapeso político.
Más allá de la crisis del COVID-19, están los males de México, la creciente ola de inseguridad, la alarmante cifra de feminicidios y que con esta crisis deja aún más vulnerable a las mujeres, que sufren en el confinamiento abuso sexual, maltrato intrafamiliar, psicológico, solo por mencionar algunos problemas. El presidente solo informa en su “mañanera”, que esas cifras son tendenciosas, que en México la solución a la violencia hacia las mujeres es casi nulo.
Con estas afirmaciones, provoca que más de la mitad de la población en el país (que son mujeres), aumente la percepción de desazón y desconfianza en el gobierno, en las instituciones y que solo provoque que cada día aumente más nuestro hartazgo ante una situación que debe ser tema importante en la agenda pública. Lo que menos necesita el país es un presidente soberbio, que aprovecha cada oportunidad para hacer proselitismo político. Es su ego, su imagen, la perpetuidad de su partido político.
Es momento de señales, Decirles a los mexicanos que país tenemos y
hacia dónde vamos.
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